De bien pequeño íbamos al Circo en las fiestas de Zaragoza, al de los hermanos Toneti, al Internacional, y creo que asistimos a una copia barata del Ringlan.
A los tigres se les obligaba a pasar por el aro y algún domador llegaba incluso a meter la cabeza en la boca de un león. Contemplar al rey de la selva sarnoso, obediente y temeroso del látigo a mi me producía mucha lástima. Lo mismo que el número de los payasos recibiendo usties como panes y echándose a llorar una luvia de lágrimas que caían a a chorro, como una fuente, mientras te miraba alelado paseando por el anfiteateo.
Y aparecía una familia de trapecistas, la madre con mallas que no podían simular unos mollares espantosos, y uno, que era muy malo, esperando a ver si se les resbalaban las manos y se metía un guarrazo contra el suelo de la pista.
A mi me inquietaba imaginar el dolor que habría detrás de la risa del payaso que tal vez ocultaba el crimen de varios niños que aquel pedrasta enterró en su jardín.
A veces , escapábamos con los amigos y nos colábamos a ver la mujer barbuda, o una sirena que no había manera de verle lasa tetas, o a la Petite Terin, la mujer más pequeña del mundo.
Hoy el mundo parece que se ha transformado en un inmenso ferial con su carpa, sus enanos, sus monstruos, sus nubes de algodón, los cocos, el tiro al blanco, el tren chu chu y su bruja con la escoba, su laberinto de espejos, los autos de choque, o los espejos convexos y cóncavos...
Y allí estamos, obligados a consumir, a dar una vuelta más al Tíovivo, a montarnos en la Noria, o en el Barco pirata.
Esa película ya la hemos visto, y se repite y se repite, reproduciéndose inexorablemente las imágenes idiotas, violentas y anodinas, que nos sirve los telediarios todos los días.
Pero ninguna gran tragedia dura más de un minuto en el telediario. Los trapecistas ahora son políticos, los payasos son periodistas, los enanos están en la prensa rosa
Y tú y yo somos parte de esa feria.
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