En mi vida hay dos experiencias que se han repetido desde que soy muy pequeño: el ridículo, y el rechazo.
Mi padre , que era un un hombre tímido, de orden, nada dado a llamar la atención, viendo el carrerón que llevaba me aconsejaba : "hijo, ten miedo al ridículo". Sufría, el tío.
El problema está cuando has hecho tanto el ridículo - y puedo asegurar que lo mío era profesional- , que llega un momento que no sabes que eso es hacer el ridículo. Lo mismo que un pez no sabe que el agua moja.
Y pierdes el miedo a hacer el ridículo. Y eso es muy bueno.
Un día llegué a casa dela mano de un municipal. Yo tendría 10 años. El municipal, que sí tenia miedo a hacer el ridículo, preguntó por mi padre. Al hombre le daba vergüenza decir a una señora la falta de su hijo.
Llegó mi padre:
- Su hijo se ha subido a la estatua de Agustina de Aragón y le ha tocado los pechos a la heroína.
Yo puse cara de "cavar no puedo, mendigar me da vergüenza".
Mi padre no sabía donde meterse.
A base de tocar tetas a estatuas, y no estatuas, de Agustinas Aragonesas dejé de tener miedo al ridículo: ciego de miedos al ridículo.
Derivada de esa falta de miedo al ridículo se generó a mi alrededor el "miedo al rechazo". La gente no me entendía, así que amenazaban con rechazarme . Porque no estamos educados a convivir con gente como yo que va tocando tetas a estatuas.
Las mamás decían "no vayas con Suso, está como una puta cabra", o , " ¡o no me hables de ese hombre!".
Sea como fuese aprendí dos cosas: el ridículo no existe, y el miedo al rechazo tampoco. Las dos cosas son decisiones personales, así que decide que nada de eso te incumba.
¿Cuantas veces Suso? Al fin y al cabo y aůn en estatua atrayendo hombres como en su ępoca en los Madriles
ResponderEliminarLlevo un buen rato riendome, y eso es bueno